Cortázar
Cambios
en la narrativa del Siglo XX
Las
rupturas. El boom latinoamericano.
Trabajo
extraído del texto: "Literatura del siglo XX"
Jorge
Albistur. Ed. Banda Oriental. 1986
Como
cualquier otra manifestación literaria o artística del siglo, la
narrativa refleja esa crisis del concepto de “realidad” que se
ha visto como común denominador de las nuevas formas creadoras.
Naturalmente, subsisten todavía hoy las novelas que procuran ser un
reflejo lo más fiel posible del mundo circundante, pero lo
corriente es que el narrador busque objetivos muy distintos de los
que se agotan en describir lo que puede verse cotidianamente.
Cortázar decía: “Casi todos los cuentos que he escrito
pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre,
y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las
cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el
optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir,
dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema
de leyes de principios, de relaciones de causa y efecto, de
psicologías bien definidas, de geografías bien cartografiadas. En
mi caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable
y el fecundo conocimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero
estudio de la realidad no residía en las leyes sino en las
excepciones de esas leyes, han sido los principios orientadores de
mi búsqueda personal en una literatura al margen de todo realismo
demasiado ingenuo”.
Cortázar
da por sentado que hay un seudorrealismo – “falso realismo”,
“realismo demasiado ingenuo” – en el cual se ha caído por
exceso de simplificación. El escritor desconfía de las leyes
claramente formulables y le parece candor aceptar a pie de juntillas
las relaciones de causa-efecto. La confianza del hombre del siglo
anterior en que la realidad es tal como aparece queda encerrada en
una famosa frase de Stendhal: “una novela es un espejo que se
pasea a lo largo de un camino”. Cortázar considera al realismo
del siglo pasado como una consecuencia del racionalismo filosófico
de la centuria anterior, tenida por “el siglo de las luces”
La
narrativa actual ha operado el pasaje de lo mimético a lo
simbólico. Nada de imitación, copia o representación siquiera de
la realidad objetiva. La nueva postura supone la sustitución de los
escenario familiares por los espacios imaginario. Ocurre, también,
que el narrador se instale resueltamente y desde el principio en una
atmósfera inverosímil y absurda, sin que se sienta obligado a
rendir explicación alguna.
El
novelista típico del siglo XIX era un narrador omnisciente, alguien
que lo sabía todo: vale decir, que el personaje se definía a sí
mismo a través de sus actos y sus palabras, pero – si resultaba
necesario – el escritor accedía a su interior, escudriñaba sus
pensamientos, traducía en palabras claras sus emociones más
personales y escondidas y en todo procedía como si el alma de su
criatura no tuviese secretos para él.
En
la nueva novela no es el escritor quien narra sino el propio
personaje, son lo cual todo se organiza desde los ojos de un “yo”.
La más revolucionaria e influyente forma de esta modalidad es lo
que, a partir de “Ulises” (1922) de James Joyce, se ha dado a
llamar “monólogo interior”.
Dujardin
dice lo siguiente respecto al “monólogo interior”: “es en el
orden poético, ese lenguaje no oído y no pronunciado, por medio
del cual un personaje expresa sus pensamientos más íntimos (los
que están más cerca de la subconsciencia) anteriores a toda
organización lógica, es decir, en su estado original, por medio de
frases directas reducidas a un mínimo sintáctico y de manera que
den la impresión de reproducir los pensamientos conforme van
llegando a la mente”. Se trata de acercar la palabra todo más
posible a esa fluencia alógica que se ha llamado corriente o
torrente de la conciencia: una catarata indivisa que tolera mal las
codificaciones establecidas por las formas tradicionales de la
puntuación y hasta la habitual distribución en párrafos. Separar
es aquí, casi, desvirtuar. El método reduce al mínimo
imprescindible para la comunicación la racionalidad del lenguaje:
éste casi por definición es de todos, pero aquí se vuelve
peligrosamente privativo de uno solo. Al lector le corresponde el
esfuerzo de recibir, de aquella privacidad, lo que puede ser
compartido. Levin dice que el narrador escribió para sí mismo,
“con desprecio paranoico de cualquier lector”. Joyce estaría en
una posición equivalente a la de los surrealistas con respecto a la
“escritura automática.
Otra
característica está marcada por las citas de “Finneganswake”
que consigna que el lenguaje literario se ha aniquilado
voluntariamente, hasta acoger formas expresivas esencialmente
alejadas de lo artístico: todas las manifestaciones coloquiales
imaginables, sin excluir la cinta grabada del diálogo más informal
hasta la siempre conversación lacónica por teléfono, llena de
sobreentendidos.
La
narrativa de los últimos años ha visto también a la novela
organizada como un “collage” de varias versiones de los
acontecimientos narrados: de modo que hay vario narradores, cada uno
de los cuales presenta los hechos desde su punto de vista. Si la
estructura de la novela es clara y coherente con el sistema elegido
– como ocurre con la “Crónica de una muerte anunciada” de
García Márquez – el lector estará seguro de cuál es la
perspectiva desde la que se está observando lo sucedido. Suele
ocurrir, sin embargo que los narradores – no omniscientes, por
añadidura, pues cada uno conoce sólo una arista o una cara del
todo que se persigue – se constituyan como voces de procedencia
incierta o ambigua.
Agréguese
a todo esto la sostenida tendencia a no seguir el orden cronológico
normal de los hechos. “Contar seguido, hilvanado, sólo siendo
cosas de rasa importancia” dice Guimaraes Rosa. En lugar de la
estructura lineal, lógica y previsible de la acción presentada en
el relato, el escritor propone, un orden fundado en lo que acaece
dentro del espíritu o la conciencia del protagonista: por ejemplo,
la organización de sus recuerdos, que pueden privilegiar a alguna
escena que no fue la primera en la secuencia de los hechos, aunque
sí la más intensa y memorable. Si el lector no se dispone a
dejarse conducir por el juego que así se postula, el efecto de este
tipo de organización puede resultar desconcertante y parecer
arbitrario.
En
los temas se ha enfatizado en los aspectos ambiguos, irracionales y
misteriosos de la realidad y la personalidad: la incomunicación y
la soledad, y con tal intensidad que la nueva narrativa quita valor
a la muerte, porque considera que la vida misma es una forma de
muerte y de infierno.
Por
todas partes ha sido un hecho la emergencia de una “novela
metafísica”, como se la ha llamado en la imposibilidad de hallar
un término más preciso. Y en ella, se volverán presente los
elementos simbólicos. Uno de esos elementos simbólicos es el
omnipresente burdel, escenario en amplios desarrollos de “La casa
Verde” de Vargas Llosa, o “Juntacadaveres” de Onetti. Hay
aquí, sin duda, un diagnóstico bien sombrío sobre el continente y
la época que nos ha tocado vivir.
Un
tema se ha vuelto obsesivo en la narrativa del siglo XX: el de la
general rebelión contra todos los tabúes, que ha terminado por
aparejar una verdadera explosión de lo erótico. En general, se ha
explicado este aspecto como una de las tantas formas de agredir a la
moral “burguesa. Sábato decía: “El derrumbe del orden
establecido y la consecuencia crisis del optimismo (…) agudiza
este problema y convierte el tema de la sociedad en el más supremo
y desgarrado intento de comunión, que se lleva a cabo mediante la
carne y así (…) [ella] asume ahora un carácter sagrado”
Bien
puede ocurrir que el lector ya no encuentre, al enfrentarse a una
novela, el viejo “placer de leer”, y todo le resulte arduo y
trabajoso. Esto no deja de ser normal y comprensible, desde que el
escritor ya no conduce a quien lee hacia certidumbres indiscutibles,
de modo que el receptor del mensaje descanse confiado y dócilmente.
Umberto Eco habla de “obra abierta”. Desde el punto de vista del
“significado”, ella supone una multiplicación de los sentidos
posibles, lo que obliga al lector a conquistar alguno que lo
satisfaga, en un esfuerzo que lo transforma también a él en un
creador o, por lo menos, en alguien capaz de “actos de invención”.
En general, no es incomprensible que Eco relacione el mundo
multipolar que es la obra moderna y el amplio sistema de relaciones
sin puntos de vista privilegiados en el cual queda instalado el
lector, con el universo espacio-temporal imaginado por Einstein.
Desde luego, el lector está en su derecho de rehusar a entrar en el
juego que le solicita el aporte de una perspectiva, pero el gozo
artístico implica una vacación para nuestras convicciones, que es
decir para nuestra individualidad.
ALGO
SOBRE LITERATURA FANTÁSTICA
Este
tipo de literatura tiene una larga trayectoria a nivel mundial.
Suele llamarse literatura fantástica a aquel tipo de narración que
se sale de los parámetros de la realidad posible.
Cuando
un lector se enfrenta a una narración, acuerda implícitamente con
el autor, creer en todo lo que éste le plantea. El autor puede
tratar de contar un suceso que no asombre al lector, y que éste
pueda explicarse dentro de los parámetros posibles en su realidad.
Pero también puede, gracias a esa convención, plantearle cosas
increíbles, y no explicárselas, dejando al lector sorprendido, y
teniendo plena conciencia, que eso que el autor cuenta, solo es
posible dentro de la narración, lo que provoca entre lo que cuenta
y la realidad del lector, un extrañamiento, es decir, éste siente
lo contado como extraño a su realidad posible.
Verosimilitud
y realidad son principios bien distintos que no necesariamente
coinciden. Puede haber algo verosímil, pero irreal, y puede haber
algo inverosímil pero real. Por ejemplo, es increíble la
existencia de un parásito en un almohadón de pluma, sin embargo,
dentro de la narración, esta idea está perfectamente justificada y
no es real. Y puede ser poco creíble o increíble un gol de arquero
a arquero, sin embargo puede ser real. La verosimilitud es el
principio de lo creíble, y ésta siempre debe darse en una
narración, por más fantástica que esta sea.
Cuando
un hecho o suceso se escapa de la comprensión racional y posible,
pero está avalada por las circunstancias narrativas, es decir, es
creíble dentro de la narración, y provoca al lector asombro y
extrañamiento con sus circunstancias reales, y cuando ese hecho que
ocurre tiene toques sobrenaturales, inexplicables racionalmente para
el lector, es que nos encontramos frente a la literatura fantástica.
Lo
fantástico en una narración es aquello inexplicable racionalmente.
Provoca en el lector inquietud o duda, ya que existe un entorno
cotidiano o familiar que es irrumpido por una circunstancia
inexplicable que resulta amenazante e imposible. La expresión de lo
fantástico es la forma hostil y negativa de materializar lo que
está excluido o reprimido en el hombre, y promueve, dentro del
mundo de ficción, la necesidad de resistir o escapar porque
atemoriza.
Trabajo
realizado por la Prof. Paola De Nigris
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Cortázar - Continuidad de los parques
Continuidad
de los parques
Había
empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por
negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la
finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de
los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su
apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías
volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el
parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas
a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad
de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra
vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su
memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los
protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida.
Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea
de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba
cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos
seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales
danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra,
absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir
hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y
movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del
monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante,
lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente
restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las
caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión
secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos.
El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad
agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un
arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde
siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como
queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la
figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido
olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora
cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble
repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano
acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin
mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se
separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la
senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un
instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez,
parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la
bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los
perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a
esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró.
Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de
la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera
alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación,
nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en
la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de
terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una
novela.
Análisis
de Continuidad de los parques
(Este
trabajo fue realizado por la Profesora Paola De Nigris. La mención
a este dato se debe a que el profesor Pablo Rodríguez Ferrando,
tomando una actitud muy poco ética, ha decidido robar este trabajo,
abusando de la confianza de la profesora, y publicando el mismo como
propio en su blog, sin permiso de su autora, y aún registrándolo
como suyo.)
El
tema de esta obra se presenta ya en el título, dado que
“continuidad de los parques” es precisamente el planteo del
punto de fuga. Existen, para Cortázar, mundos paralelos que no
podemos verificar, pero como también existen fisuras de esos mundo,
a veces logramos ver algún aspecto de ellos. Esta continuidad de
los parques es el punto de fuga, el punto por el que se pasa de una
ficción a otra. La comunicación de estas ficciones son los
parques, uno el del lector de la novela y el otro es un bosque donde
está la cabaña en que se reúnen los amantes. Ambas ficciones se
juntan, porque estamos ante la literatura fantástica. Este concepto
implica la aparición de un ambiente cotidiano donde aparecen
elementos raros, hasta que en esta atmósfera irrumpe un elemento
fantástico, inexplicable, sobrenatural, que amenaza a los
personajes.
Para
Cortázar, la literatura es un juego, en el que el lector debe ser
partícipe, sino éste no tiene sentido, ni el juego, ni la
literatura, ni el hombre mismo, ya que él lo define como
“homoludens”.
Este
texto se podría dividir en dos partes, desde el aspecto formal y
desde el contenido. Desde el punto de vista formal vemos que hay dos
párrafos, y si miramos atentamente el contenido de esos párrafos,
veremos que se corresponden con las dos ficciones y con su unión.
El primer párrafo contiene la ficción del cuento y la de la
novela, que conocemos desde el punto de vista del lector, pero
siempre desde un narrador omnisciente y exterior. Y el segundo
párrafo habla de la fusión de estas dos ficciones. En este juego
planteado por Cortázar, se reitera el número dos, y la matemáticas
no juega con las reglas conocidas, ya que uno más uno, no será
dos, sino tres. Lo mismo pasa con estos mundos que tampoco juegan
con las reglas conocidas: hay una ficción que se mezcla con otra
aunque eso sea imposible.
En la primera parte vemos la presentación del lector de la novela. Este es un lector hembra, es decir un lector pasivo, que no se compromete con la lectura, que se deja llevar por ella, y que lee para evadirse. Este es un lector que no sirve, para Cortázar. Este autor, adhiriéndose a la idea de Umberto Eco de “obra abierta” espera que el lector sea activo, sea un co-autor, y que construya con él la historia. La lectura de evasión no involucra al lector, y éste debe saber que se juega la vida en cada lectura, sino es así, el leer no tiene sentido.
Había
empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por
negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la
finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de
los personajes.
Este
es un lector de ocasión, lee cuando tiene tiempo, su vida no está
en la lectura, sino en sus negocios, que le importan mucho más. Por
eso interrumpe la misma, son más urgentes sus negocios que se
oponen al vuelo de la literatura. Los negocios dan de comer, la
literatura no, por lo menos en apariencias. El problema es que el
hombre no sólo es comida y trabajo, sino mucho más que eso. Él
tiene la voluntad de ir leyendo, de no abandonar la novela, pero lo
que importa es la forma de leer, lee para escapar de los negocios,
para divertirse, y no hay entre la lectura y él una lucha, sino más
bien un “dejarse interesar por la trama”. Desde el principio, la
lectura gana la partida que él ni siquiera se da cuenta que está
jugando. La trama son los acontecimientos de la historia, ordenados
por el narrador. Ni si quiera hay de parte de él una construcción
de la historia, la consume digerida. La metáfora que apoya esta
idea es “por el dibujo de los personajes”: él no mira la
profundidad de los personajes sino su parte exterior. Todo
personaje, como toda persona, es mucho más que sus apariencias,
tiene sus contradicciones y sus propósitos, que no siempre son
claros, ni siquiera para él mismo. Si miramos el dibujo de los
personajes y de las personas, sólo vemos lo obvio y exterior,
perdiéndonos de un riquísimo mundo que se esconde en el interior.
Esa
tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con
el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la
tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.
Complementando
la visión de este lector hembra, vemos también que él es rico. Lo
tiene todo. Una mansión, un apoderado que se dedique a sus
negocios, un mayordomo, un parque para él sólo, una biblioteca.
Todo esto no le sirve frente a lo que va a suceder, porque quien
tiene todo, no necesita de la literatura, porque no puede reconocer
sus vacíos. Este hombre potentado lee para evadirse porque no tiene
vacíos, sino que quiere jugar a meterse en un mundo diferente, sólo
que este mundo se meterá en el suyo y lo amenazará.
Es
un hombre mezquino: discute con un subalterno una “cuestión de
aparcerías”. Si a él le sobra, qué necesidad hay de discutir
sobre cosas tan mínimas. Esto nos muestra que él no puede
separarse de la plata, de lo material, de los negocios, por eso
tampoco puede disfrutar de la literatura. Sólo después de resolver
lo de su mundo, y encontrar todo en orden, puede sentarse a leer
frente al parque de robles. Y la idea de parque no es casual, dado
que un parque es un lugar inofensivo con árboles ordenados. Este
lector necesita orden y tranquilidad para poder leer. Un lector
verdaderamente comprometido y apasionado por la lectura, no necesita
nada para comenzar esa lucha. Lo hace con placer, en cualquier lugar
que se le proponga y en cualquier forma que esta lucha aparezca: así
es un lector macho.
Arrellanado
en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera
molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que
su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se
puso a leer los últimos capítulos.
Necesita
de toda la comodidad, un sillón favorito, que no lo interrumpan,
porque eso lo “irrita”. Es interesante ver que esta mención a
la irrupción será como una especie de anticipo del final, ya que
el lector será interrumpido, por la misma ficción que está
leyendo, y será ingenuo al no verlo. Otro dato importante que
anticipa el final y lo explica es la mención al terciopelo verde
del sillón. Es este dato, entre otros, que empieza a revelarnos lo
que realmente está pasando. El lector acaricia el terciopelo como
forma de disfrutar de dónde está, y como para no dejarse llevar
totalmente por la ficción.
Su
memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los
protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida.
Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea
de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba
cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos
seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales
danzaba el aire del atardecer bajo los robles.
Aquí
se platea el juego entre el lector y la novela, este juego es
agónico, y si el lector fuera otro, podría manejarse de otra
manera. Este lector no hace un esfuerzo para leer, porque retiene lo
que necesita para entender lo que pasa superficialmente: los nombres
y las imágenes. Esto no quiere decir que realmente entienda lo que
lee. Ve y no ve. Los protagonistas de la novela están planeando su
crimen, y él ve y no entiende realmente qué pasa.
Entre
la ilusión novelesca y él se produce un juego de seducción, la
ilusión lo gana en seguida, él se deja seducir, y eso implica
perder el poder de manejar la situación. Esta relación
lector/novela, empieza a parecerse a la relación sexual,
hombre/mujer. A través de las palabras “gozaba del placer casi
perverso”, podemos encontrar esta relación. Este juego erótico
genera un placer, y la perversión está en ese irse dejando llevar
por la ficción de la novela y a su vez tocar el terciopelo verde
para recordarse dónde está. Y este recordatorio se refuerza con la
confirmación de su entorno: los cigarrillos y el parque más allá
de los ventanales. La metáfora “irse desgajando línea a línea”
nos adelanta también el final. El personaje se irá perdiendo en
cada línea que lee, va dejando parte de sí sin saberlo, ese es
precisamente el peligro. Este peligro también se ve en la
personificación del viento: “danzaba el aire del atardecer bajo
los robles”. El aire tiene vida propia y le da vida al parque, por
donde vendrá el peligro que el mismo lector ignora. La referencia
al atardecer será otro dato que nos explique la correspondencia
entre el mundo de la novela y el del cuento. Mientras en el cuento
atardece, en la novela “empezaba a anochecer”.
Palabra
a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes,
dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían
color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña
del monte.
Éste
es el final de la primera ficción. En este enunciado podemos ver
cómo se da este juego. Cada expresión pertenece a una de las
ficciones: “palabra a palabra, absorbido” esta expresión
pertenece a la ficción del cuento, es el lector quien se encuentra
absorbido; “por la sórdida disyuntiva de los héroes” se
refiere a la ficción de la novela. Este diálogo por el cual el
lector se siente absorbido es sórdido, oscuro, traicionero. Es
interesante reparar en la palabra “disyuntiva” que sugiere otra
vez el número dos. Estos personajes de la novela tienen dos
alternativas y están tomando una decisión. La expresión
“dejándose ir hacia las imágenes” vuelve a mezclarse en el
enunciado y mira una vez más a la condición pasiva del lector del
cuento; “que se concertaban y adquirían color y movimiento”
ahora vuelve a la novela que empieza a tomar vida propia, así lo ve
el lector, estos personajes empiezan a moverse por sí solos y el
lector no ve el anticipo de esta situación, sino que lo siente como
algo divertido. Es el final de este enunciado que muestra la
sumisión absoluta del lector, que ahora es testigo del encuentro de
estos amantes. Ser testigo implica no involucrase, sino ver, pero
este lector que se encuentra en peligro no ve cuánto está
involucrado en él.
Primero
entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la
cara por el chicotazo de una rama.
Vemos
que entramos en la segunda parte porque cambia el ritmo de la
historia, y cambia el punto de vista del narrador. Ahora éste se
mete en la cabeza del lector de la novela y desde ahí cuenta lo que
está leyendo. A su vez la narración se vuelve cinematográfica,
porque predominan las imágenes. Se presentan a los protagonistas de
la novela: la mujer y el amante, y todo se hace vertiginoso. La
mujer está “recelosa”, es decir se siente temerosa,
desconfiada. Se siente observada, y lo está. Pero quien lo hace no
sabe qué está viendo en realidad. Si fuera un lector macho, ambos
estarían perdidos, porque el lector no sería un testigo, sino o un
cómplice o un estorbo para sus planes.
Es
interesante ver que ese parque que se continúa, ahora es el bosque
que oculta la cabaña y lastima al amante. Mientras el parque da
tranquilidad al lector, por su orden y porque lo mira de lejos, en
la novela, el bosque tiene otro desorden, es agresivo con los
amantes, pero también los oculta.
Admirablemente
restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las
caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión
secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos.
Entre
ellos no sólo hay una relación de amantes, sino que también hay
una relación vampiresca. Ella besa a su amante y limpia con ellos
la sangre de la herida. La unión de ellos es por la sangre, por lo
tanto están unidos por la pasión absorbente e inseparable, y a su
vez están unidos por el proyecto de matar. Esta es una unión mucho
más profunda que la simple relación de amantes. La sangre es
símbolo tanto de vida como de muerte, y en los dos aspectos están
unidos.
Pero este encuentro es diferente a todos los demás, por eso él rechaza las caricias. La relación entre ellos tiene otra característica que es la de ritual. Su encuentro es una “ceremonia”, algo sagrado, pero que siempre se repite de igual manera. Esta vez será diferente porque hay un proyecto que supone una esperanza de libertad. Su encuentro es secreto, porque son amantes, sin embargo nada hace suponer que sean amantes porque exista una relación de infidelidad. En ningún momento se dice que el lector de la novela sea casado, y por lo tanto nada nos hace suponer que la mujer sea su mujer. Si explicáramos el texto así, lo banalizaríamos y perdería su característica de fantástico.
Sin
embargo, ellos están escondidos, y ese bosque que era agresivo para
el amante, también es cómplice de ellos... oculta la cabaña. La
expresión “protegida por un mundo de hojas secas y senderos
furtivos” se vuelve polisémica (muchos sentidos) en este
contexto. Las hojas secas del bosque y los senderos ocultos,
protegen la cabaña, pero también podríamos pensar en las hojas
secas de la novela. Secas porque el lector es incapaz de darle vida,
y menos aún de descubrir los senderos ocultos que lo llevan a su
propia muerte.
El
puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad
agazapada.
Esta
expresión encierra el propósito de este encuentro que rompe con la
ritualidad de los amantes. Hay entre ellos un puñal que comienza a
entibiarse, es decir, comienza a cobrar vida, porque la idea de
matar también cobra vida, como para el lector, estos amantes
cobraron vida gracias a su imaginación (“dejándose ir hacia las
imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento”). Es
el anhelo de los amantes, el pecho de ellos que dan vida al puñal,
sus pasiones, sus deseos, van alimentando la idea de matar. Ahora la
libertad está animalizada, late, al unísono con el corazón de los
amantes. Esta libertad es como un animal, esperando el momento para
atacar. De la misma forma están los amantes. Así la libertad, el
puñal y los amantes se transforman en uno solo.
Un
diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de
serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre.
Otra
vez aparecen las páginas como recuerdos de la presencia del lector,
que se remite a ser testigo. El diálogo “anhelante corría”, lo
que nos muestras una personificación del diálogo. Éste cobra
vida, y el narrador, desde el punto de vista del lector, compara ese
diálogo con un arroyo de serpientes. Esta comparación, a su vez
encierra una metáfora. El diálogo corre como un arroyo, rápido,
profundo, imparable, pero este arroyo no es de agua sino de
serpientes, es decir hay referencia al mal, al veneno y a la
traición. Si todo estaba decidido desde siempre, entonces la muerte
del lector es parte de un destino que debe cumplirse, y del que no
se puede evitar. Es esta expresión la que marca la necesidad de la
muerte del lector, porque no se puede matar al autor, quien los
creó. Y a causa de la falta de acción del lector, los personajes
quedan atrapados por ese ritual que creó el autor, y que ya no
quieren vivir más.
Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir.
El
mismo narrador omnisciente, desde el punto de vista del lector de la
novela afirma que “era necesario destruir”, pero el lector no
comprende esa expresión, no es lo suficientemente competente para
darse cuenta que es su vida la que es necesario destruir. Hay
intentos de evitar lo que es inevitable en las caricia de uno de los
personajes, pero en cada intento se dibuja la figura del lector que
él no ve. El peligro para estos amantes es mucho, si el lector los
descubriera, la libertad no podría concretarse.
Nada
había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir
de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido.
El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano
acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Pero
no existe la posibilidad de evitar el futuro, porque cada vez más
se enredan en lo que se debe hacer. A esto sigue una enumeración de
planificaciones que denotan el crimen (“coartadas”). Todo está
planeado con absoluta perfección, este es un crimen motivado por la
pasión, pero frío en su resolución. Es minucioso y no hay
pérdidas de tiempo, cada minuto estaba perfectamente asignado en el
plan.
Es
interesante ver que este es un “doble repaso”, no olvidemos que
son dos mundos muy diferentes los que se van a juntar. Y una pista
de esa unión es la hora de la novela “empezaba a anochecer”,
mientras que en el cuento era el atardecer. Son la misma hora del
día, pero dicho de manera diferente.
Comienza
luego la tercera parte de este texto. Es en realidad el segundo
párrafo, el primero se ocupaba de la ficción del cuento y de la
novela, presentaba ambas ficciones, ahora se presenta la mezcla,
donde lo imposible sucede.
Sin
mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se
separaron en la puerta de la cabaña.
Esta
última parte comienza con una separación, ya no necesitan estar
unidos físicamente para estarlo, lo están desde la sangre, desde
la tarea en común, están unidos por la muerte para la vida de
ellos mismos. Por eso el narrador utiliza la metáfora “atados
rígidamente”, junto con la antítesis “se separaron”. La
unión de ellos no es visible. Ella hablará con él a través de la
sangre, aunque él no esté presente.
Ella
debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta
él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto.
La
imagen de ella corriendo con el pelo suelto es una aliciente para el
amante que ve la libertad de ella y se motiva a conseguirla
definitivamente. Es una forma de tomar ánimos para la tarea que
debe realizar, una tarea en la que se encuentra en peligro de ser
descubierto.
Corrió
a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta
distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba
a la casa.
Es
en esta parte que empezamos a ver indicios que refieren a la primera
ficción, sin embargo, a no ser que nosotros seamos lectores muy
atentos (como no lo es el lector de la novela) no nos daríamos
cuenta de ellos. Los árboles, los setos, la alameda de la casa son
la casa del lector, pero presentados de una manera confusa, envuelto
en la “bruma malva del crepúsculo” que le da al paisaje una
especie de atmósfera onírica, o extraña, y que sirve para
encubrir al asesino.
Los
perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a
esa hora, y no estaba.
El
narrador utiliza en este caso un recurso literario que cobra sentido
en este doble mundo. Este recurso es un paralelismo sinonímico,
esto es cuando se utiliza la misma estructura gramatical y sus
contenidos son casi sinónimos. Así el paralelismo muestra los dos
mundos, en el de la novela y el del cuento, y se repite dos veces,
la primera oración responde al mundo de la novela que se coordina
con la “y” con el del cuento. Y esta fórmula se repite en el
segundo enunciado. Así, dos enunciados, y cada uno dos oraciones,
siempre dos mundos, unidos, continuados.
Subió
los tres peldaños del porche y entró.
Ahora
son “tres peldaños”, dos mundos y el tercer mundo que es donde
es posible que las realidades se junten. Las referencias numéricas
en este cuento se hacen cada vez más visibles, y empiezan a ser una
huella de lo fantástico que está ocurriendo. Una huella que sólo
un lector prevenido puede ver.
Desde
la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la
mujer:
Ella
no está presente pero lo está. Esta paradoja se da a través de la
sangre que fluye ahora en él, y que le habla de lo que encontrará.
No olvidemos que están unidos por la sangre, con todas las
connotaciones que esa palabra conlleva. La mujer conoce la casa,
esto ha servido a muchos para decir que ella es la esposa del
lector, pero recordemos que nunca se ha mencionado que él estuviera
casado, y que eso rompería la magia de lo fantástico.
Esa
sangre “galopa” y esta metáfora sirve para sugerirnos la
libertad esperada y la pasión desenfrenada que mueve a estos
amantes a buscarlas a través de la muerte. Pasión que no deja de
ser controlada por lo racional.
primero
una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo
alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la
segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la
luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo
verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
A
partir de este momento, la narración se vuelve vertiginosa. Todo se
sucede rápidamente en imágenes, como si una cámara de cine
entrara en la casa, desde los ojos del asesino, que va viendo cada
cosa que encontrará. Es presumible que al sentir esa rapidez en la
narración, supongamos que existen muchos verbos, ya que los verbos
son los que mueven la acción. En este caso el narrador demuestra lo
contrario. No utiliza verbos. La acción se precipita por la
imágenes.
Una última apreciación que podríamos hacer es que el hombre no se encuentra ni en la primera, ni en la segunda habitación, sino en la puerta del salón. Si recordamos las referencias numéricas del cuento, es claro que no se encuentre en ninguna de las dos. Una podría presentar uno de los mundos y la otra el otro, él se encuentra en esa zona peligrosa donde las ficciones se juntan.
Una última apreciación que podríamos hacer es que el hombre no se encuentra ni en la primera, ni en la segunda habitación, sino en la puerta del salón. Si recordamos las referencias numéricas del cuento, es claro que no se encuentre en ninguna de las dos. Una podría presentar uno de los mundos y la otra el otro, él se encuentra en esa zona peligrosa donde las ficciones se juntan.
Y
es la referencia al sillón de terciopelo verde lo que nos da la
pauta de lo que está pasando realmente. Es allí donde comprendemos
que se ha producido, hace rato, el hecho fantástico, pero como
lectores, el cuento cierra cuando vuelve al comienzo y vemos que
quien muere es el lector que está “leyendo una novela”, siendo
“leyendo” una forma no personal del verbo, un gerundio que
muestra la pasividad de la acción que continúa plácidamente hasta
ese presente en el que no conocemos un final acabado. El hecho de
que el final sea abierto invita a nosotros lectores a que
reflexionemos sobre nuestra propia forma de leer. ¿Somos lectores
comprometidos? ¿Pudimos ver lo que sucedía? ¿Debemos entonces
morir, por no haber podido ser co-autores? ¿Qué significa leer
para nosotros?
Trabajo
realizado por la profesora Paola De Nigris
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